Abajo la dictadura, viva la democracia

“Allí donde los pobres mandan, eso es una democracia” (Aristóteles).
Desde nuestro punto de vista, la solución a este problema pasa por un cambio de orden que inaugure la democracia como sistema político-económico. La democracia: una palabra, un concepto, una forma de vida reclamada históricamente por el pueblo, por las clases desposeídas, y que la clase dominante ha tratado de arrebatarnos impunemente. La democracia para nosotras y nosotros, al contrario del régimen partitocrático que nos quieren vender desde el sistema de propaganda de las élites, equivale a sustituir las actuales estructuras de dominio y explotación por otras basadas en la propiedad y gestión colectivas de la riqueza social, así como la socialización del poder político. Resumido en una frase: en la capacidad de decisión del pueblo sobre sus propios asuntos.
La democracia ha sido, desde hace siglos, el anhelo de los pueblos, a veces no demasiado precisado, para resolver los problemas sociales, desde el primer socialismo hasta los más recientes estallidos de protesta. Lo sigue siendo y seguirá siéndolo hasta que se consiga.
A este respecto, hablamos en el mismo sentido que hablaba el fundador ruso de la Alianza por la Democracia Socialista, Mijail Bakunin, cuando señalaba que “el término ‘democracia’ se refiere al gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, o como decía el alemán Hermann Heller, “una estructura de poder construida de abajo hacia arriba”. Coincidentes en lo esencial con otros demócratas como Marx y Engels cuando señalaban que “la conquista de la democracia” equivalía a “la exaltación del proletariado al poder”, o Valeriano Orobón, compositor de ‘A las barricadas’, quien explicaba que la “democracia obrera revolucionaria” es “la voluntad mayoritaria del proletariado, como común denominador y factor determinante del nuevo orden de cosas”. Más recientemente, Noam Chomsky indicaba que “una sociedad es democrática en la medida en que su pueblo tiene significativas oportunidades para tomar parte en la formación de la política”.
Por lo tanto, un régimen democrático, inexistente en nuestro país y en los llamados países occidentales, debe cumplir, para serlo, con los criterios de propiedad y toma de decisiones colectivas, como sugeríamos humildemente en nuestro programa y como se ha defendido tradicionalmente desde sectores demócratas. Janet Biehl, colaboradora de Murray Bookchin, lo resume acertadamente en su explicación de confederación: “En lugar de un gobierno central, con una asamblea legislativa que vota para aprobar o rechazar leyes, una confederación acostumbra a verse encarnada en un congreso de delegados que coordina las políticas y prácticas de las comunidades miembros”. Así lo entendía también Nicolas Walter al señalar que “el verdadero representante es el delegado o el diputado que es mandatado por aquellos que le envían y que puede ser revocado inmediatamente por ellos”. O, expresándolo en consignas zapatistas, “mandar obedeciendo” o “representar y no suplantar“.
Hoy, tanto en Europa como en España, nos movemos desde hace 30 años en un contexto de derechización absoluta y triunfo neoliberal. Una situación inseparable de la destrucción previa de todo rastro de socialismo, lo que puso la alfombra roja para el “No hay alternativa” de Margaret Thatcher. Y es cierto: con cualquiera de las formaciones con opciones de gobierno en cualquier país europeo no hay alternativa, sólo variaciones de la misma dictadura.
Frente a esta situación, necesitamos una perspectiva de cambio radical que, por primera vez desde el ’68 global como mínimo, pueda generar una oleada de implicación y de ilusión, y que a la vez construya tácticas adecuadas para vencer e implicarse en la realidad del pueblo. Es la hora de hacer caer la dictadura, es la hora de proclamar la democracia.
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